martes, 1 de mayo de 2012

Con la espina en el dorso

El desayuno nos reunió a todas y a cada una de nuestras historias que quedaban en el tintero de la copucha grupal y estaban en su punto justo de ser contadas. O actualizadas.










La cumpleañera no conocía lo que había ocurrido con el muchacho de ojos diáfanos, ni un sólo detalle frente a una playa impregnada de olor a alcohol y melón, así que me senté cómoda, me tomé un sorbo de té y comencé mi relato tratando de recordar detalles de lo sucedido.
Hasta que me detuve en el pequeño detalle del amor propio que la gente no se tiene, y del cuál este simpático personaje no se escaparía. Medité, apoyé mi mejilla en mi mano derecha y sumergí un trozo de galleta mordida  , de forma pacífica, como quien no quiere que entre más agua al bote.
Al cabo de un momento, no pude más que recordarlo como algo efímero, y volteando mi cabeza a donde se encontraba mi amiga le dije con un tono entre melancólico y tristón:
- Él era muy lindo.
Más allá de cualquier respuesta banal que esperase algún individuo, mi amiga detiene tu sorbo de café y mirando el fondo de la taza me dice:
- Más que lindo, era distinto. Por eso te gustaba.


He ahí la razón de todo. He ahí el por qué te consideré tan especial.

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