sábado, 14 de julio de 2012

Maní confitado en el centro



Celeste Mocci parecía ser la única que sonreía en aquel mar humano que iba y venía de la Alameda para abajo, acaso fuera porque era viernes y el clima parecía menos hostil que lo habitual o fuera tal vez porque sentía las ganas de sentirse feliz de la nada, espontáneamente.
Se paseó por San Diego mirando libros, preguntando precios, admirando las distintas portadas que ofrecían libros de diversos autores. Al final preguntó por Altazor y pagó por él un precio justificable para su humilde condición de estudiante.
Los doscientos pesos que ahorró en la cotización los gastó en una bolsita de maní confitado en la esquina de San Diego con la Alameda, kiosko preferido por generaciones en la familia. El entrañable olor a confite le recordaba a menudo tiempos pasados, el colegio, la infancia, las etapas en que las cosas más simples parecían ser las más lindas.
Caminó unos cuantos pasos hacia la torre entel, se sentó en una banca y miró detenidamente el palacio de la Moneda.
De pronto, y sin premeditarlo, unas lágrimas rodaron por sus mejillas mientras abría su bolsita de maní.
El sólo hecho de imaginar el palacio gubernamental bombardeado y ver el Santiago actual, estremecían hasta lo más profundo el corazón de Celeste.
Todo aquello la emocionaba en demasía.
Todo Santiago parecía un mural de memorias silenciosas.