sábado, 12 de mayo de 2012

La micro de la esperanza

 



Luego de un retorcijón interior, la muchacha configuraba una relación coherente entre todo lo sucedido aquel día. Lo hizo apenas las puertas del metro se cerraban tras su paso y mientras su mirada distraída buscaba algún rincón de refugio. No iría a pasar que entre tanta sorpresa y emociones encontradas se desvaneciera de pronto al frenar el tren subterráneo.
Aunque sabía muy bien que ni en el peor de los casos ocurriría tal cosa. El porsiacaso siempre funciona bien.

"Rasgos finos, la misma historia, ¡tres veces! ¿no era que la tercera era la vencida? esto no puede estar ocurriendo. ¿Es que siempre aparezco tarde? ¿Qué ocurre que las cosas confabulan en mi contra?. El ir con un propósito y llegar con otro. 'The same old fears', canción maldita. 'Sigues dando vueltas en mi cabeza' Oh maldita canción. ¡Otra vez!. Veremos películas mamonas all night long. ¿O espero?. NO. No otra vez. He ahí el verdadero por qué."

Es curioso como la mente trabaja a mil por hora mientras las estaciones pasan más deprisa que nunca. Es la relatividad del tiempo lo que puede explicar esos fenómenos, más ciertamente poco y nada le importaba ese asunto a la mujercita de pensamientos fugaces.

Con la mirada perdida y una canción pegajosa resonando en su cabeza, se fue rauda y con más ansias que nunca a tomarse un café cerca del terminal de buses. Bueno, un café y un quequito para ser exactos.
Sacó sus monedas mientras el frío del atardecer le quemaba un poco la nariz, y viendo que la micro más próxima se disponía a partir, apresuró el paso e hizo una disimulada seña al chofer para que la esperara.

Una micro casi llena que dejaba entrever un par de asientos disponibles casi al final de ésta, y uno vacío al comienzo. Las maletas de los suboficiales estorbaban el pasillo así que optó por acomodarse en el primer asiento, con su café y su quequito.

- Sírvase con confianza no más!
- Gracias - respondió riendo
- ¿Usted trabaja o anda de paseo?
- jajaja no, yo estudio. Ahora ando de paseo
- Está bien que usted estudie, hoy en día uno sin estudio no puede surgir. Yo llegué a quinto básico, algo de estudios tengo, aunque por ese tiempo las cosas eran más difíciles. ¡No les digo yo a mis hijos que estudien! Si mi hija, la mayor, esperó trece años y ahora recién está sacando primero y segundo medio, no le digo yo que es necesario, y mire que le ha ido tan bien! es una de las mejores del curso, le van a dar una beca y así podrá terminar tercero y cuarto. Pero oh qué le costó entender pa qué significaba todo esto! pucha que le costó. 
- Si pues, es bueno que la gente estudie y se eduque, a uno se le abren muchas puertas...
- Si, se le abren toditas estas puertas - y abrió y cerró la palma de su mano derecha repetidas veces mientras ladeaba la mirada hacia la ventana - Yo ahora vengo del hospital... no me acuerdo cómo se llama, pero ese que queda en la Estación Central. Andaba viendo a mi viejita....
- ¿Está enferma?
- Mi viejita está en coma hace cinco años... le dio un coma diabético - y su cara dejó ver un amago de sonrisa triste - Yo le decía que dejara de comer tanta cosa dulce, pero... bueno, yo la apoyo en todo, ¿sabe?, no hay día que no la haya ido a ver. 
- ¿Usted ora?
- Siiii pues, ¡todos los días! ¡no sabe na que mi viejita era tan linda! Tenía descendencia francesa. Es rubiecita, de ojos verdes. Hasta el día de hoy mis amigos me preguntan cómo la conquisté - y su cara de canchero le dio un poco de risa a la niña.
- Usted se las trae entonces
- ¡Si al final lo que importa es lo de adentro! yo la conquisté a pura humildad, mijita. Yo era cartonero, pero pucha que hice malabares, hasta que me tomó en cuenta.- y se rió - Ahora tengo que ir a trabajar a la plaza de Maipú, todo sea por ella, pa pagarle el tratamiento. ¿No la estoy aburriendo?
- Jajajaja, ¡no! me gusta escucharlo
- Gracias. ¿Dónde se baja usted?
- Un paradero después del cruce de Padre Hurtado, ¿y usted?
- En este paradero. ¿Me da permiso?

Y el caballero se aproximó a la cabina del chofer para pedir que lo dejase en tal parada. Mientras se abrían las puertas, dirigió su mirada a la muchacha, quien se tomaba lentamente el café, y le dijo con honestidad y alegría propias de un hombre como él:

- Gracias por escucharme, señorita. Que Dios la bendiga.
- De nada, ¡un gusto!

Y el señor se bajó.
Y aunque la joven no supo en todo ese trayecto su nombre, lo cierto es que su historia la conmovió hasta lo más profundo. Habían encajado ciertas piezas y en todo ese día, se sintió viva de nuevo. Viva como siempre supo que estaba hasta que alguien se lo recordó de una forma no tan convencional.






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