martes, 1 de mayo de 2012

Le ruego irse para siempre



Ayer volví a soñar contigo. Por muy romántico y poético que suene, lo cierto es que de eso tiene muy poco. Es más, es tal la angustia que provoca, que más se asemeja a una pesadilla cruel, que retorcija hasta lo más íntimo, que a una historia digna de testimoniar.
Y es que tu recuerdo lo asumía como olvidado, y viene aquí periódicamente a darme un mensaje oculto que no descifro ni me esfuerzo en descifrar. Una vieja historia de hace más de año y medio, hará ya. Si, asumo que me costó asumir ciertos asuntos y detenerme a pensar también mis propios errores, más no creí nunca que pasado ya el tiempo antes mencionado seguirías apareciéndote como una sombra inerte que me explica lo que en su presente ansié en escuchar. No, hoy no estoy para excusas. No, hoy es tiempo de olvido permanente y eso no sucede y comienza el torbellino de recuerdos que más duelen que alientan.
Pensando en lo onírico de mi situación, cambiaba el menú de canciones cada cierto instante buscando algún recuerdo musical de tu corta pero intensa existencia, algo que me llevara a la memoria tus viejos gestos inexistentes, tus dulces palabras que se transformaron en amargos brebajes, tu recuerdo físico que ya de tanto sin verte he de olvidar. Pero aún hay algo pendiente, lo sé. No he soñado en vano, me digo, todas esas tonterías que prefiero obviar. Yo y mis contradicciones. Mis contradicciones y yo. Somos personajes ilustres en los miles de porrazos que me doy, y mi fuerte cuando he de argumentar lo absurdo.


Ayer te volviste nítido otra vez, cual fotografía tomase de tus claras facciones, y sentándome yo a tu lado comencé a oír tu discurso en un jardín de flores. Jamás habría de mostrar ni mi más mínima debilidad ante ti, jamás habría de parecer sumisa a lo que alguna vez reinó mis sentimientos. Pero era ahí la escena entre magnífica/cruel de mis lágrimas y mis sonrisas torcidas, como si de pronto algo en el universo me hubiese oído y tú llegases en tu carruaje metálico sólo a despedirte por última vez. No más remordimientos, no más vueltas de tuerca, no más corazones rotos. Eras sólo tú y tu superficial inocencia que me hizo caer en tiempos pasados, pensando en que mi carácter podría fortalecer el tuyo. Y no fue así. Fue todo lo contrario.


Ahora te apareces como quien ha sido dueño de presagios y señales y te vas, te vas hasta de mis sueños con una facilidad digna de admirarla, mientras en aquella calle de hoy veía como con letras de fuego la señalética de tu casa de estudios se tallaba fuerte en mi subconsciente y me hacía rememorar escenas vívidas del mundo onírico que ahora relato.


Y relato para deshacerme de ti, para no volver a cruzarme con cualquiera que sea tu esencia, para creer que por fin ha sido superado todo este asunto y volver a ese lugar con una sonrisa honesta y no con ganas de sacarte en cara los logros que quizás no pudiste obtener y ahora (teóricamente hablando) he de poseerlos yo.

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