sábado, 2 de abril de 2011

Aire en movimiento

Se abre la cortina que separa lo material de lo natural y se escoge entre tantas visiones disponibles, la de un árbol moviendo sus ramas, cauteloso, aguardando. 
Al paso de su fuerza algo remece y las hojas vuelan de forma mágica, como de relato místico, como si no fuera yo quien mirase el baile cadencioso de hojas descansadas. Hojas que caen, hojas que comienzan a nacer, y todo lo que ven tus ojos es la metáfora de la vida, como ha de ser -supones- aunque imperceptible-como todo-.
Son tiernos los rayos del sol, y más cuando en tu camino a casa pensaste en por qué te gusta el otoño y primavera. Creo que debí reflejar a un día lo que ocurre normalmente en un año. Amanece con la primavera, resalta el medio día con el verano, se vuelca a las tardes con el otoño, para terminar oscureciéndose en invierno. Violento y frío invierno.
Un color dorado y tonos entre rojizos y café, una atmósfera en que el viento despeina y el sol juega a esconderse, que me escondo y te toco y no sé en dónde he de parar. Es la ruleta de todo lo cotidiano y que hace expectante cada minuto, como si no existiera más que el instante mismo en que tu norte y sur se juntan, y es un anhelo incontrolable de por fin detener el tiempo y sentarte a ver el atardecer tomando un té.
El viento me trae buenas cosas, va botando lo malo, y siento que el árbol ha crecido su poco y harto, casi gritándome, bien emocionado, que he de medirlo y comprarle ropa más grande para que le quede bien. Aún no se la compro y se la estoy debiendo, y está bien, el árbol soporta más que lo que el humano puede hacer por sí mismo. Mi árbol de la vida, mi aire en movimiento. Mis hojas de un árbol que fue pequeño y ahora el otoño lo está dejando ad portas de un brote más extenuante pero más satisfactorio que cualquier otro anterior.
Abro la ventana y mi pieza de renueva de algo maravilloso, un halo tan real y tan místico, unas ganas de construirme a mí misma teniendo como prioridad mi intuición, mi base, mi planteamiento.
Sí, podría decir que The Joshua Tree es la inspiración para hablarle a un árbol, mi árbol, que crece conmigo desde que he de recordar mi historia y vivir para ella y con ella, en memorias infinitas y con conexiones más allá de lo real, una burbuja mental, un suceso, un espectro de incertidumbre que permiten que ese árbol viva muchos años, años para mi, años para él.
Naturaleza viva y con brazos abiertos, un mundo cambiante y una ventana que jamás la cerraría. No podría dejar de renovar el aire que hace que actúe de tal o cual forma, el dinamismo que fluye en cada latir del verde entorno y lo hace real, real para mí, y revive cada hoja cada vez, me revive a mi misma.
Ya no sé que lo hace tan perfecto, pero algo tendrá que ver el fluir de mi aire, tu aire, nuestro aire.

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Ecos Resonantes