jueves, 14 de junio de 2012

De idealismos y perfecciones



Hay algo que busco en el rostro de un ser anti idealizado por mí, con esa intención tan perversa y a la vez tan contradictoria, tan de lujos irrisorios, tan inconstante como el sentir mismo.
Ahora escucho unos temas en piano, y mi desesperación aumenta cuando me percato que he de luchar diariamente con mis propios demonios y querer envolverme en un torbellino de arena y sed, poderosa e innegable de ser. El piano es, sin duda, la expresión misma de mi interior. Un interior que está más inconsistente que nunca.
Bien, he de revisar de letras y unos cuantos asuntos, más eso no ayudaría a encontrarme verdaderamente con la justificación de mis actos y me haría regresar al mismo círculo cargado de vicios y vaivenes espectrales. Como todo, como la nada misma, como un sin sentido de la metáfora. Inentendible como este relato a un lector ajeno a la personalidad del narrador.
Tratando de ordenar ideas, si, en eso estoy. Es tarea constante de mi introspección. Sobre todo ahora, en que gobierna en mi estado anímico una suerte de desesperación exasperante que se apacigua cuando escucho el sonido armonioso de un piano. Ese piano melancólico, en que cada dedo traduce la interioridad, el sentir a flor de piel de mil emociones. 


Un cuarto encerrado, una taza humeante de té de fruta. Escena en blanco y negro, una cama deshecha de cursilerías y palabras baratas. El brandy, las pastillas, el humo de un minúsculo cigarrillo a punto de consumirse por completo completan la perspectiva perfecta de una historia inconclusa. La melodía cadenciosa de un amanecer sin rumbo, de sábanas marcando siluetas, el piano y el piano y un caramel mochiatto en una atmósfera de un París lluvioso, desenfrenado. Cabellos sueltos en un rincón de la habitación, zapatos bajo la cama, el cielo partiendo en dos mi alma y tu alma, y no queda más que acurrucarse con una frazada y cerrar los ojos esperando un perdón divino de nubes, relámpagos, sueños quizás.
Llegaste aquella noche con un periódico bajo tus brazos, mojado a más no poder y con una sonrisa triste en tus labios, mientras yo leía a Huidobro en medio de alteraciones nerviosas inconsistentes. De pronto tu voz se tornó algo álgida y me señalaste unos papeles rotos en medio del silencio. Había un infortunio inminente entre ambos, algo no dicho en palabras pero expresado en el aire, ese aire que muchas veces me contaste que fue tu amigo y dueño de tu inspiración. No habría de cortarte el aire pero si habrías de presentármelo otra vez para acurrucarme frente a la ventana empañada por el frío sólo con un vestido y un amor de antaño sobre mi piel.
Y los cabellos sueltos se movían al compás de Dream of Flying, por si acaso fuera ese París repentinamente misterioso dueño de la poesía más hermosa. O en el peor de los casos, fuera toda una ilusión y de pronto París se tiñera de verde y crecieran los lagos y se desvirtuara toda la vorágine bohemia existente en esa reducida habitación.
La frazada ya no tapaba ninguna tranca que el crisol sentimental pudiese albergar, más eso en tiempos modernos no influye de sobremanera en el actuar humano, y los dedos ya no concebían indicio alguno de obediencia frente a lo convencionalmente establecido. Rudimentario era el calzado, místico era lo que reinaba entre el dormir de tu ensueño, con tu mejilla descansando sobre hojas de papel manchadas con tinta y un poco de cenizas. 
El aspa de un molino puede ser la vuelta al origen que todo lo marca y de todo dispone, más los vasos vacíos al lado del tocadiscos hablarían por su cuenta y el olor a ilusiones terminaría por asesinar aún más el espíritu viajero que cada uno asumía como suyo. No habría un molino ni menos aspas que girar. Habría un pequeño percance que no nos molestaríamos en resolver pero si en asumir y dejarlo fluir. Pronto ya te irías mientras yo tomaría mis medias, me mirara al espejo y contemplara el efímero reflejo de unas gotas en la ventana. Quizás fuimos gotas sin darnos cuenta. Quizás fuimos inconsistentes y dispersos, pero queriendo buscar forma en un lugar diseñado para el encuentro fortuito de las almas. 
Como una cámara análoga, traté de recordar esas tres pequeñas gotas en el baúl fotográfico de mi memoria, mientras me disponía a servir un café para seguir con el toque de inspiración en aquel rincón sediento de reflexiones. Sólo pedí borrarte de mi vida por un instante para tener que sólo ver mi lado de la vereda y no el tuyo. Aquello puede parecer un mero intento de egoísmo forzado y no me molestaría en admitirlo si así fuese realmente, pero he decir que las melodías ahora suenan más sensatas con tu ausencia presencial, aquí en el cuarto, mientras de espalda siento tus movimientos ligeros tratando de vencer aquella maldita pared construida por las calles de una ciudad cegada por el recuerdo.


Cuando humea el café todavía, tu figura cierra lentamente la puerta, mis pies tocan apenas el suelo, y todo lo que soy se resume a cerrar los ojos e imaginarme el más bello paisaje en algún lugar remotamente desconocido. Y golpeo cada vez con más fuerza las teclas lívidas del piano en aquel rincón, mi rincón, componiendo un matiz que logre recopilar cada minuto en que me sentí flotando en recuerdo vagos junto a tu perecedera figura. Frunzo el ceño, estrecho mi boca y el pedal es uno sólo conmigo.
El sólo hecho de creer que si abro los ojos todo desaparece, me hace aferrarme más a este hermoso estado del ser y no ser, del sentir y extrañar, del dejar el mundo que más amo para aterrizar de lleno a lo convencional. Y no, lo cierto es que lo convencional suele ser para quienes han perdido la noción del explorar una nueva ruta. Una repulsión a los cambios, a un viento de cambio. 
Y es justamente ese viento que trae hojas nuevas el que me produce una portentosa sensación de saciedad frente a todo lo que ocurre fuera de mi mundo ultraterreno. Me llena de una angustia apremiante, me alegra, me asombra, me hace sentir que estoy más viva que nunca. 
Es hora de que dejes entonces aquel periódico mojado y yo deje de vanagloriarme por logros que recién comienzo a comprender que son sólo consecuencias ilógicas de acciones mal elaboradas. Puede que esta noche toques la puerta con un ramo de rosas, puede que llegues con un hacha a deshacer todo con lo que he construido mi propio muro o puede que sólo recién comprendas que la tercera gota de lluvia es la que junta a las otras dos. Sólo habré de mirar y admirar fascinada tu cara de compresión frente al mundo, mi pequeño mundo, mi escritorio, mis tazas, mi cámara y mi interioridad.


Así es y será la historia que yo construiré con mi melodía cadenciosa, como un suplicio de mil demonios que recién ahora puedan concretarse y ser fieles al legado que cada uno de ellos tenga en el mundo, mundo que hoy es mi París, tu París, nuestro París.

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