El perrito movía la cola, muy animoso con su majestuosa lengua revoloteando por todos los pelos de su cara, a la espera de algo, una caricia quizás, nunca se sabe en qué momento el destino le tendría preparada una sonrisa humana. Se iba colina abajo y colina arriba, molestaba a los gatos aunque ni el gato más pusilánime le tenía algún tipo de temor, todos lo miraban pasar bien dicharachero al peludo ése, muy coqueto puerta por puerta a ganarse el corazón de alguna señora, y más de alguna lo miraba, dudaba, entraba a su casa (y muy paciente el perro esperaba) y salía con un pedazo de pan, mirando a uno y a otro lado de la calle, por si quizás en una de esas alguna vieja copuchenta comenzaba algún cahuin, ya se sabe como es la gente mal hablada.
El perro se iba colina abajo con el duro pancito en el hocico, persiguiendo a las bicicletas que pasaban estirando la pierna para alejar al canino que aceleraba cada vez más su paso. A él no le importaba, quería comer su pan cerca del río. Miraba la gente en autos, oh si, lindos autos, cómo me arranco de ti y tus ruedas, a tantos he visto caer, pero yo no, yo no caigo y sigo con mi pan, duro está, no importa, por lo menos tengo algo que comer.
¿Cuántos perros lanudos y con vivos ojos deambulan por una ciudad desenfrenada, llena de sorpresas no tan buenas y con un aire de resentimiento por sus arterias? El perro va y va, llega al puente, te hechan, perrito mío, vas y esperas a que se desocupe nuevamente. Ahí están tus cachorros esperando un trozo de pan, duro, pero pan al fin y al cabo. La vida no es fácil, les dices, y vas nuevamente a poner la misma carita tierna para ver cuántos ojos son capaces de realmente mirarte y si en una de esas te estiran la mano y te tocan, recíbelo bien, mira que eso es harto difícil en tiempos donde importa más la apariencia que otra cosa.
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Ecos Resonantes