Me gustan, me estremecen los días nublados. Como que veo las
nubes grises contrastando con un cielo un poco más gris y empieza un sonido
interno de ultratumba que me incita a sentarme en la calma quieta de cualquier
paisaje e interpreto su belleza de una forma más honda. Quizás sea mero cliché
mío de pensar que los días soleados están muy manoseados con el quehacer
cotidiano, perdiendo la belleza que no se aprecia en medio de la multitud.
Recuerdo bien ese día en que llovió en Viña del Mar, pleno veintitanto de
febrero con todo lo que se llama y denomina arena repleta de cuerpos estirados
esperando broncearse. Apenas el cielo se nubló, todos partieron corriendo cual tsunami
fuera, y obligué al Pablo y la Lore a quedarse porque estaban ya siguiendo la
manada en dirección a la casa, por allá cinco norte.
Fue lo mejor, sin duda, de toda esa estadía tediosa en lo
que sólo importa es cuán teñido tenís el pelo o cuantas operaciones tenís en el
cuerpo, por indicar sólo la superficialidad del asunto. Y no es que sea una
cabra amargada con la cara larga craneándome tonteras, sino que me choca un
poco todo eso de la pipol en exceso que pide grito y plata por lo que más marca
tendencia. Que la playa, que moviéndose en 3 2 1, que andar con un chalequito
de llamas, chascona y con mochila parece ser lo más rasca del mundo. Fuera de
todo aquello, Viña es bonito, pero siento que vamos sólo porque al jefe se le antoja,
como si no supiera que si no fuera por mi bici, los libros y mis ganas de
caminar y correr, estaría como ostra aburriéndome en medio del gentío exacerbado
que ronda por Avenida Perú, Avenida Libertad, Dos, Tres, Cuatro (suma y sigue)
Norte entre otras cosas dicharacheras. Lo bueno es que tengo a Valpo al lado, y
esta vez si que si no perdono al puerto en bici. Tendré que llevar como
23423435 cadenas para amarrar la bici si es que me dan ganas de sentarme frente
al mar o pasar a alguna feria de artesanía. Aunque bien caras son, de eso no
hay duda. Es como si Chile quisiera espantar a todos los gringos habidos y por
haber con sus precios estrambóticos, me dan como hasta ganas de hacer una
crónica con respecto a eso. Aunque son sólo ganas porque sé que al fin de
cuentas sé hasta por ahí no más lo que trata una crónica y ese de “haré algo”
no se hace si no es espontáneo de ese mismo momento, antes no. Antes sé que
será un fracaso.
Si hay una manía que tengo es coleccionar té. Bueno,
coleccionar aros también. Cada té en su lugar, en cada espacio correspondiente,
si no hay la suficiente variedad (variedad= 4 especies o más) me deprimo en
cuanto al té y no soy digna de poner una caja “surtida” sobre la mesa. Es como
el pan para los invitados, o el traguito para los más elevados.
Coleccionar libros también me deja el alma en paz, apreciar
los distintos títulos y autores que incitan ciegamente a leerlos. Un Galeano
por ahí, un Vargas Llosa por allá, y caigo en una especie de euforia cuando
pago por un ejemplar y me lo llevo en una bolsita, mientras en el camino me
pregunto si habrá el espacio suficiente para depositarlo como corresponde. Me
acuerdo que no, pero soy buena armando espacios en la maraña de cachureos que
me gasto así que me encojo de hombros y qué más da. Es como la obsesión que
tienen las minas un poco más fifís con los zapatos (zapatos= chalas, botas,
chalabotas, etc.) Si me habrá de dar una obsesión repentina e inesperada de
consumo desquiciado de zapatos, me acordaré de este escrito y esperaré
calmarme. Es muy probable que me dé, no al cien por ciento por supuesto, pero
las tendencias de esta sociedad de consumo así lo señalan, y una no puede
hacerse la lesa diciendo que no le va a pasar, si las obsesiones están y por
ahora me da a mí con estos cachivaches.
Ahora estoy en mi centro de operaciones escribiendo una
especie de pensamientos fluidos e ideas varias. También tengo abierto Gmail
para escribirle al caballero que conocí en el viaje de La Paz a Uyuni, un
boliviano re simpático que me dio su tarjeta para que siguiéramos en contacto.
Don Samuel, para ser exactos. El viaje que hice me trae muchos sentimientos
encontrados, pero eso es digno de escribirse cuando la inspiración esté de
lleno y no esté escribiendo cosas vanas
para calentar la mano y acordarme de cómo redactar. Es como todo en la
vida, señores, sino se practica, se muere la magia. (Atiéndase cualquier
pensamiento a este comentario). También temo que el reciente libro que leí, “Las
Dos Orillas del Elba”, me deje adherido esa forma de escribir tan rapidita y
poco profunda que no acostumbro a leer. Más tiene pinta de ser un libro que se
apuró en su redacción que en un psicoanálisis de las vivencias humanas en la
Alemania Oriental de posguerra. No soy quién para criticar, no tengo título de
aquello, pero sí sé cuando un libro me deja con algo dentro, un deseo de
continuar la historia en algún inexistente lugar, y cuando un libro me lo quiero terminar rápido
por compromiso. Siendo sincera, es eso lo que me pasó con esta novela y espero
remediarlo con los libros que adquirí allá en el Mercado Lanza de la ciudad de
la Paz, Bolivia. Por lo menos sé la buena crítica que tiene “Las Venas abiertas de América Latina”,
de Galeano y como ando tan ávida de conocer y aprender muchas cosas,
aprovecharé estos instantes pre universidad para poder llevar a cabo nuevamente
mi equilibro espiritual que me viene todos los años de una forma despiadada,
donde leer y explorar los conocimientos que hacen íntegro al ser humano están a
flor de piel. Llegué con otra altura de mira de mi tan ansiado viaje.
Oh melón, dulce y verdoso limón, ¡qué exquisito estabas! Deberían
hacer una campaña para que la gente tomara más en cuenta tu poder de llegar a
cada sensación en la lengua.
El té se me enfrió. Perfectamente podría haberle puesto unos
cubitos de hielo para que así se enfriara más rápido, pero eso sería un castigo
contra él. También soy maniática en cuanto a eso, sólo a un té que no me gusta
tanto le puedo agregar agua helada. Si no, no. Y debe enfriarse hasta estar
tibio tirao pa’ helao, porque odio quemarme la lengua o que me dé calor. No lo
soporto. Quizás por eso me gustan los días nublados, porque el calor te deja en
paz por un rato y puedes hacer más cosas fuera como pasear al Tito, leer un
libro en la plaza, correr o salir a caminar terrible forever alone por las
calles de cualquier lugar. Ah, bueno, salir a la capital y no morir en la micro
ni en el metro y poder juntarte digna y estoica con quien sea que te vayas a
encontrar. Porque si he de salir ahora, saldré, tengo mis motivos ahora que la
vida, siempre muy sabia pero a veces apresurada, me muestra de a poquito el
camino que debo seguir en cuanto a eso. Dos pololeos felices, uno ahí no más,
una relación extraña que no se concretó, otra relación extraña que hacía ver a
medio mundo que iba de viento en popa y terminó con el comienzo de otra
relación que partió como el más lindo cuento de hadas y que desencadenó en la
cosa más bizarra del planeta, son razones suficientes para hacerme entender que
es mejor cuando no se tiene nada seguro, así las cosas tienen larga vida aunque
no tengan nombre ni sepamos a dónde vamos a llegar. Porque eso es lo que ocurre ahora con susodicho. Y es
que me siento soltera sin compromiso pero con algo. Me siento como una persona
libre de culpa en cuanto a todo pero pensando y divagando acerca de cómo se
dieron las cosas y si al final de cuentas es mero orden de la vida o – como personalmente
defiendo- es cosa del destino. Porque sí que estoy frente a un hombre
inteligente que me hace razonar como alguien madura y no por meros
sentimentalismos. El sentimentalismo en exceso mata, la razón en exceso te
vuelve ciego. El término miedo es lo que estoy viviendo ahora, con una
indagación en lo profundo hacia mi propia interioridad, sin rendirle cuentas a
nadie pero haciendo y diciendo sólo lo que me nace y no lo compromisorio o lo
que debería responder de vuelta. Una aprende, al fin de cuentas, que amar se
trata ya de algo mucho más profundo y maduro que creer que uno conoce a la
persona en todas sus facetas y respetarla por ello. Terrible error. Lo más precoz
que aprendí es que uno nunca termina conociendo a las personas. Entonces, ¿es
posible realmente tener esa cosa divina del llegar y decir un “te amo” a tontas
y a locas? No por ahora, no por lo menos yo. Yo no vuelvo amar (si es que he
amado realmente porque ahora estoy cuestionándome el trasfondo de todo este
asunto enredoso y enmarañado) hasta que algo distinto a todo lo convencional me
mueva piezas internas, y eso, señores, no lo he vivido yo y no creo que alguien
lo haya vivido en su inmensidad a mi corta edad. Lo que se vive ahora es lo que
botó la ola del enamoramiento adolescente y que uno lo confunde como quién no
quiere la cosa como un amor verdadero, pensando que sólo por tener unos añitos
encima la cosa cambia brutalmente. Dos viejos tomados de la mano en una plaza
se aman, pero no me atrevería asegurar lo mismo de la Young people que me
rodea. ¡Es que uno dice cada disparate de repente! Es como si uno dijera te amo
como quién vende fruta en la feria y le grita a todas las caseras lo mismo. ¿Habrá
algo distinto en la forma de sentir? Capaz
que no lo sepa hasta harto más, si es que mi pepe grillo interno me logra decir
que me pegue el alcachofazo y que no por desconfiada me retenga a tantas
emociones. Es que me estoy volviendo una mina que se pregunta demasiadas volás
y no se da cuenta de que mientras escribo podría perfectamente ver el pasto
crecer fumándome algo. Fumándome digo, porque me refiero al pucho del subconsciente,
acá no fumo por razones obvias, no fumo ni fuera, tabaco, diría yo.
Ya son las cinco y están quedando las sombras del té, como
les digo yo a esas cosas que alguna gente que se cree mística lee y las
interpreta. Igual debo confesar que sería chori poder interpretarlo y ver el
futuro, pero le pierde toda la gracia al asunto de vivir la vida, se contradice
con los postulados populares del carpe diem y sé feliz y todo eso en que la
gente sale en la tele saltando y sonriendo. Igual es mágico lo que todo lo
audiovisual te trasmite, como una foto en mute puede no producirte nada pero si
le agregas a esa foto un mensaje y una canción a lo Sigur Rós te cala hondo y
te ponís a llorar cuál Magdalena. La magia del mundo no tocable. La magia de
las películas alternativas y del cine en general que pueden tenerte más de una
hora con los pelos de punta, sonriente y a carcajadas o con el moco tendido y
los pañuelitos al lado, mientras por tu cabeza aparece el manso chocolate para
seguir con la tendencia rosa o también aparece Mr. Darcy desde el fondo de una
pradera, a pleno amanecer, a buscar a Elizabeth Bennet, esa Elizabeth que
rasguñarías puertas y vestidos para que fueras tú. Todas las minas somos unas
señoritas que esperan paisajes de película y versos clichés, me incluyo. Pero
eso no viene al caso. En una hora más voy a correr por acá cerca de mi casa,
ojalá llevarme a mi hermano chico para que salga un poco de la cueva del
Milodón y que se llene se un aire semi fresco y semi limpio, por lo menos más
limpio que el de la capital. Mañana iré a darme una vuelta por allá por el
centro, a ver si se me pasan los monos que deja esta cosa llamada menstruación,
y quizás sólo el hecho de ver a la persona por la cual te pasan cosas te llena
de una alegría y paz incalculables.
Por vez primera (si, he dicho miles de veces que por vez
primera esto y que por vez primera esto otro) siento que no soy superficial en
cuanto a ciertos aspectos. Quizás es una nueva oportunidad para vivir otras
emociones y no nutrirse de lo mismo. Sería bueno un cambio drástico en mi
manera de ver las relaciones y poder convivir con ello sin más problemas que
los típicos. Aunque creo que, al ser
esto no tan típico, puedan florecer cosas impensadas en el camino que me
envuelvan en más preguntas. Espero silenciarme en el acto, porque si no, no
veré el pasto crecer y pasarán los días, meses y años pensando en que sigue
corto, tal como la primera ‘pasá de máquina’.
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