domingo, 27 de febrero de 2011

A day in the life - 27F 3:34

Ha pasado un año en que la fuerza impetuosa de segmentos de la tierra arremetió contra Chile. Un año en que mi país querido debió unir las manos más fuertes que nunca y salir del golpe que abría dejarlo entre mirando el cielo y mirando el suelo, en el limbo de la incertidumbre, en el qué pasará o qué ocurrió, en el qué seremos y en el qué se avecina.

Como sea, eran las 3:34 de la madrugada. Hacía cinco minutos atrás había detenido algún relato que nunca se concretó para poder conciliar el sueño, a penas y luchando por entrar en un sueño profundo. Suele ocurrir en este alejado sector, que el tren pasa en cualquier momento unos metros más atrás de mi casa, siempre haciendo sonar cascabeles y una acostumbrándose a eso. Con mis ojos cerrados y mi sentidos aún queriéndolo oír y percibir todo, noté que mis colgantes sonaban un poco, aunque lógicamente habría de hacer caso omiso a aquello, seguramente habría de ser el tren.

No, no era el tren, pero sí un temblor común charcha y ordinario (eso pensé en los primeros segundos) dejarlo pasar, pero otra cosa es que hubiese parado. Sigue temblando, y me pego el alcachofazo y me levanto con pantuflas a decirle a mi mamá que está temblando. A medida que camino se hace más y más fuerte el movimiento, y aún así mi mamá y los pestañas de acero de mis hermanos ni se inmutan, hasta que ya las paredes moviéndose otro poco más hacen que les grite y asustados se levanten. Mi papá sale con chaleco en mano a la puerta, a abrirla, yo detrás y mi mamá y mis hermanos más atrás que yo, viene el pencazo fuertísimo a medio camino, se oían vidrios quebrarse y un ruido de ultratumba que hasta hoy resuena en los oídos del suelo. Olor a licor y estábamos todos en la puerta, mi mamá desesperada y yo solo miraba cómo el poste parecía elástico ante mis ojos. Todo, absolutamente todo cobraba vida en los eternos 2 minutos y medio, no sabía si las paredes venían hacia mí o si se movían en su propio lado, si el viento acompañaba el temblor o era vaivén de las hojas de árboles enfurecidos con la tierra. Se quiebran y se quiebran más cosas y mi asombro se quiebra también en un instante para llevarme a la realidad y percatarme de lo que estaba sucediendo. Alguno de mis vecinos gritó y de pronto no hay luces, sigue temblando más y más fuerte y por si esto no se termina, por lo menos no olvidaría lo que la naturaleza podría llegar a expresar. Cesa el ¿temblor? No fue temblor
.
El comedor se bañaba en vidrio repartido por doquier  y en un dulce olor a Ron, y con un leve presentimiento esperaba la réplica, la tan temida réplica. Mi pieza era un caos. No supe en ese momento cuántos cd’s se habían roto ni me molesté en averiguarlo, sólo saqué el cable adaptador para poner la radio de mi celular. Bien rapidito si, no vaya a ser cosa de que me pille en ese mar de libros, cerámicas rotas, cajas, peluches.
Ese fue MI momento. Pero, ¿Qué había pasado?

Nadie sabía, de noche nadie sabe nada. Las noticias recién estaban reporteando algo y se decía que el epicentro había sido en el sur. En ese instante atiné a pensar que el sur estaba destruido. Escuchando y la tierra aún moviéndose, panorama nocturno esperando el amanecer, que a decir verdad fue una espera lo bastante agobiante para volverte algo ansiosa. Líneas colapsadas, y un reportero que asegura que el epicentro se encontraba cerca de la región del Bío-bío, algo así como 8 grados en escala Richter y que hay un caos en la ciudad de Santiago. Gente alterada, oh pueblo querido, si el llanto no es más que un auxilio, el pedir simplemente un consuelo, un apoyo, al ver que tu hogar se desmorona, y con ella todos tus sueños, todo tu esfuerzo de la vida que te acompaña. Se hablan de comunidades recónditas, algo así como Dichato y algo más. Suenan las sirenas, y en ese momento no podría sino venir a mi mente Te Recuerdo Amanda de Victor Jara. “Suena la sirena, devuelta al trabajo. Muchos no volvieron… tampoco Manuel.”
Desaparecidos, qué estaba sucediendo? Se preguntaban muchos. Una señora bien humilde le dijo al periodista “Señor, esto fue terremoto, terremoto señor, fue terrible” Aún con voz de pánico.
Afortunadamente para nosotros, llegó la luz poco después de las 12 del mediodía.  La televisión se encendió de inmediato y el caos era indescriptible. La presidenta impactada, gente encargada que no alertó lo que después habría de llamarse maremoto con todas sus letras, tragedias, calles agrietadas, gente si casa, un festival que nunca terminó, extranjeros esperando un avión regreso a casa en un aeropuerto intransitable, donde la evidencia del terremoto era notable, un número de muertos que alarmantemente crecía acorde corrían los minutos, y claro, el informe que entrega el gobierno a todo el país por los medio de comunicación: Terremoto 8.8 en la escala de Richter, frente a las localidades de Curanipe y Cobquecura, afectando al 80% de la población nacional.

Pasando los días, caos total. Muchisima gente aún no tenía ni luz ni agua, ni comida, ni un consuelo para sus pérdidas humanas. Sólo después se supo que un tsunami afectó a las costas chilenas, al Archipiélago de Juan Fernández, entre otras localidades que lentamente se reconstruyeron. ¿Por qué nadie avisó? Fue la gran pregunta que hoy pesa en muchos corazones, como un duelo personal, como pensar en qué habría ocurrido si nos hubiesen avisado.

Ayuda social, y un Chile ayuda a Chile que al recordarlo me saca más que un par de lágrimas, el ver representado todo lo fraternal que podemos llegar a dar desde lo más profundo del corazón y del alma a quién más lo necesita, es ver una caravana de camiones en plenas carreteras tratando de llegar a abastecer a cuánta familia se sostenía bajo una improvisada carpa, bajo un improvisado hogar, bajo una lluvia espiritual, un auxilio, un mensaje enviado en la botella por el mar.

Es ver que pese a todo lo insignificantes que somos frente a la naturaleza, aún quedan las ganas de rescatar de los escombros una bandera, esa bandera que proclama entre sus llagas que mientras el pueblo chileno esté unido, nada podría vencerlo. Esa bandera amor del patriota en el extranjero, esa bandera que resiste en lo que antes parecía prometerlo todo, espíritu de un patriotismo innato muchas veces, conmociona hasta el más desgarrado por su realidad.

La meta cumplida y doblada, ejemplo de unidad en el extranjero, sin importar color político ni ideas contrarias, un solo país, un solo corazón, un abrazo fraterno entre quienes dejan su orgullo atrás para dar el vamos.

A un año de eso, y es lógico pero no de lo más grato, que falte por reconstruir, pero ese carácter único de luchar por vivir, es irrepetible, y hace que me sienta orgullosa de la identidad nacional que hemos de llevar todos.
Espero que las penas de quienes aún sufren los ecos del desastre, sean recompensados con creces, para cantar un sube a nacer conmigo hermano más fuerte y más interior que nunca. Que renazca el fénix de sus cenizas, que se enjuguen las lágrimas de quienes lo han perdido todo, para el renacer de una nueva perspectiva frente a la vida.

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