A veces se me vienen a la mente muchas cosas y lo peor es que no sé a cual darle importancia, y no es que lo sean, sino que son cosas netamente vagas.
Vagando? Si, venía yo bajando desde Avenida Providencia a Plaza Italia para después doblar al parque y tirarme al pasto. Nada mal con casi treinta y tantos grados de calor por tu cuerpo y tú, asándote con pantalones de colegio y una mochila cargada de cosas que posiblemente cuando llegues a la casa digas "Esto me sirve" y después ni lo tomes en cuenta. Típico, para qué andamos con cosas, la gente es cachurera y a mi maní si soy cachurera, me gusta.
Una pareja viene atrás mío como si nada, hablando de quizás qué cosas que mis oídos no logran escuchar porque el calor me vuelve algo sorda y compraron una coca cola helada en el kiosko cercano a Salvador.
En realidad, no quise ir más allá porque estaba exhausta de tanto andar que para acá que para allá, y me recosté, tendida en uno de los tan conocidos lugares de ese oasis verde, mientras esa pareja se reía porque de distraídos pagaron de más. Me dan ganas de poner esa cara que acostumbra la gente en el metro cuando alguien corre y se le cierra la puerta en su cara, pero no lo hice porque entiendo a esa pareja, aunque el término pareja no venga mucho porque resulta que son un año mayor que yo. Hablaban de su ya rendida PSU, y conste que yo no escuchaba.
Sí, los entiendo. Uno se pone tan leso cuando está enamorado, que todo lo demás es algo más de tu entorno, sólo eso. Nada importante, nada, absolutamente nada, sólo existe el otro y tú.
Yo no quise mirar más allá, sabría que este fin de semana a mí me tocaría también, afortunadamente.
Asi que, osadamente cerré los ojos y pensé que por fin había terminado tercero medio. En parte tenía unas ganas enormes de tirar al Mapocho todos esos libros y cuadernos que tanto sufrimiento me causaron, pero no, para qué? no soy rencorosa y sé que ese castigo me sirvió. Supongo...
Me sentía sola, aunque no del todo. Sabía que faltaba poco para que por fin un avión llegara a Santiago y una llamada me anunciara que él estaba aquí, pero se me hacía demasiado eterno, y agotador también.
Sentí una risita conocida y abrí mi ojo derecho porque me dio flojera abrir el otro, y vi muy cariñosa a una amiga que prefiero omitir su nombre, abrazando a su pololo, quien la miraba fijamente, y que por eso mismo se tropezó con una piedra y se rompió el pantalón.
Por distraído le pasa.
Otra vez me sentí sola. Y más aún cuando mi amiga se acerca y me dice que parezco autista y borracha acostada en el pasto, y que por qué vine sola.
Yo sonreí y solo atiné a decirle: - Porque espero a que vuelva.
- Macabea.
Y se fue.
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Ecos Resonantes